Mouseion es una palabra griega que designaba el santuario consagrado a las musas. Con el tiempo, en el helenismo, acabará asociándose a los lugares donde se recibe la inspiración, refiriéndose a un tipo particular de villa reservada para las charlas filosóficas.
El mouseion quiere recoger ese espíritu de encuentro y convertirse en un lugar de reflexión y crítica de las artes contemporáneas.

jueves, 6 de septiembre de 2012

TODOS TENEMOS UN PLAN

Ayer fui al preestreno de Todos tenemos un plan, dirigida por Ana Piterbarg y protagonizada por Viggo Mortensen. La película plantea una historia poco creíble pero interesante sobre un cambio de identidad entre dos hermanos gemelos, en un principio, diferentes como el día y la noche, o por lo menos parecen ser así para todo el que les conoce o les ve desde fuera, por las pocas alusiones que se hacen de su vida en común.   Basten dos escenas consecutivas de ellos juntos para que estalle el argumento, la película promete. En seguida se hace patente que no son tan diferentes, o por lo menos a través del personaje que sigue la trama, Agustín, el único que se observa un poco más, y digo "observa" porque es un personaje al que vemos actuar, simple y llanamente, no sabemos lo que piensa ni lo que quiere.

A medida que transcurre la historia uno llega a preguntarse a qué se refiere exactamente el título. Si habla de planes, entonces habla de que todos fracasan, lo cual está bien, pero el personaje principal desde luego no tiene un plan, en absoluto. Es un personaje irreflexivo, que simplemente actúa, sin más. Quizá sí tienen un plan el resto de personajes, o por lo menos los secundarios más potentes, la mujer de Agustín [Soledad Villamil] y el violento compinche de Pedro, [el gemelo malo], Adrián [Daniel Fanego]. El resto de personajes parecen tan perdidos y a veces inconsistentes como el protagonista, Agustín [Viggo Mortensen].




Como digo la película deja constantemente vacíos argumentales, y los personajes no se sostienen. Quizá estamos demasiado acostumbrados al modelo de guión tanto cinematográfico como televisivo que impera en nuestras pantallas desde hace tiempo en que todo está atado y bien atado y no se deja nada [o casi nada] a la imaginación, pero lo cierto es que los personajes no logran transmitir al público sus impulsos, sus reacciones, sus motivos para actuar así. Ninguno de ellos. Es más bien la sucesión de hechos lo que narra la película, sin meterse a justificar ni hacer comprensible el porqué. El espectador, así, no deja de hacerse preguntas que no encontrarán respuesta a lo largo del filme, resultando imposible entender o poder defender las actuaciones de los personajes que apenas hablan entre ellos, y tampoco hablan para nosotros. Los diálogos son bastante pobres y no tienen la cobertura que sería de esperar. No es que pretenda hacer apología de la voz en off, que tampoco le hubiera venido nada mal a la película, sobretodo en algunos momentos, pero en otros, en los momentos álgidos, se pierde descaradamente la oportunidad de utilizar otros recursos de guión que le dieran consistencia a la escena.
Es verdad que hay momentos de máxima tensión y que no se renuncia a las situaciones rocambolescas que el guión, como historia dada, ofrece. Pero la historia avanza y el personaje sigue siendo tan plano e introspectivo que parece que todo lo que pasa a su alrededor es mil veces más interesante y más potente que él, que nunca se moja, ni se explica, ni se entrega, ni siente ni padece.

Aparte de esto la historia en sí es buena, interesante, está bien planteada. Las escenas cumbre destacan poderosamente sobre las demás, como son la escena de los dos hermanos en el baño, rodada con una gran pericia técnica; la escena de la cárcel es quizá la que concentra mayor tensión por segundo de toda la película, lo que da la impresión de que podría haberse desengranado más. También llaman la atención las escenas con las abejas, sobretodo aquella en que una se cuela en el traje, aunque el intento de metáfora que se plantea al principio de la película, aquello de que "si la colmena va mal, hay que cambiar a la reina" y "en la colmena todos tienen su función desde que nacen hasta que mueren" queda algo cojo una vez que se ve el final de la película, y se hace patente la frágil relación semántica de estos postulados con la historia que pretenden prologar.

Los personajes femeninos son planos e irrelevantes. Una vez más, se nos presentan personajes [secundarios] femeninos que sólo sirven para escenificar los miedos o los agobios del hombre moderno, inconformista e insatisfecho, infeliz con su vida y con crisis existencial permanente, mientras que la mujer de turno sólo aspira, como siempre, al amor eterno y la maternidad. Pasan dos mujeres por la vida de Agustín, su mujer, o su supuesta mujer, a la que no quiere ni un ápice y con la que parece estar por pura inercia, no sintiendo por ella más que desidia, y que, además, no parece importarle lo más mínimo; y una inesperada joven que encuentra al suplantar la vida de su hermano, una joven a la que parece cortejar únicamente por órdenes del guión [y nunca mejor dicho], que también parece tener alguna historia compleja detrás y que no se llega a saber si es tan falta de carácter como parece. Otra que lo único que quiere es que le quieran para siempre. Y de repente, en mitad de en toda su insignificancia, parece súbitamente importarle al protagonista más de lo que nunca le importó su mujer, sin que el espectador no pueda entender porqué, o dónde está el supuesto amor que une a esa extraña pareja.

Las localizaciones es otro aspecto fundamental de la película, el mundo de Pedro es perfectamente opuesto al de la gran ciudad. Llama mucho la atención el emplazamiento tan singular que proporciona Tigre, que da una verdadera ambientación y un carácter especial a las escenas, ya sean de amor o de violencia, o de simple introspección como parece ser el viaje de Agustín a su nuevo hogar. Me atrevería a decir que en realidad la historia no gira sobre Agustín, el hermano suplantador, sino sobre Pedro, el suplantado, como una inmersión en la vida y en el mundo de un personaje oscuro por otro que no le corresponde, y cómo este intenta reconstruir la vida de un hermano con el que parece no tener mucha relación ni empatía. Es la idea de Pedro la que sobrevuela la película. El espectador, al intentar comprender a Agustín, en realidad está preguntándose qué haría Pedro, o porqué la gente le trata como le trata, o qué relación tenía él exactamente con los personajes que allí encuentra. El río y las canoas dan el sigilo y la oscuridad necesarios para entrar en ese ambiente tibio, desamparado, en el que los personajes se mueven y en el que Agustín y Pedro pasaron su infancia, lo que explicaría su simbiosis con el lugar.

El resultado de todo esto es una película con muchas más posibilidades que resultados, con una historia que en principio es interesante pero que cojea y resulta estar mal explotada, o deficientemente explotada: a pesar de que dura 117 minutos [lo normal] da la impresión de que demasiadas escenas importantes están cortadas antes de tiempo, como si la parte en la que verdaderamente se desarrolla el diálogo se hubiesen quedado fuera en el montaje. Tampoco se hace extraordinariamente larga, puesto que sí hay un buen manejo de la tensión argumental, que hace que el espectador nunca llegue a relajarse del todo, esperando siempre ese momento catárquico en el que todo le explota en la cara al impostor.

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