I
Sé muy bien lo que dice de mí la gente, pues no se me oculta la mala fama que tengo, aún entre los más necios. Pero soy la única que, cuando quiero, hago reír a los hombres y a los dioses.
II
Sin mí no existiría ningún tipo de sociedad ni relación humana agradable y sólida. Sin mí el pueblo no aguantaría por mucho tiempo a su príncipe, ni el amo al criado, ni la criada a la señora, ni el amigo al amigo, ni la mujer al marido...
III
¿Quién puede negar que todo esto es absurdo? Esta misma insensatez crea naciones y mantiene imperios, autoridades, la magistratura, la religión, los consejos y los tribunales. Toda vida humana, en fin, no es más que una especie de deporte de la insensatez.
IV
El sabio se refugia en los libros de los antiguos, de los que aprende meras sutilezas de palabras. El insensato, en cambio, se enfrenta a todo y prueba todo, y con ello adquiere la verdadera prudencia. Esto ya lo vio Homero, aunque era ciego. Pues hay dos obstáculos principales para alcanzar la experiencia de las cosas: cierto pudor que obnubila la mente; y el miedo, que se opone a obrar en cuanto advierte el peligro. La insensatez en cambio libera generosamente de ambos inconvenientes.
V
Algunas palabras pueden costar la vida al sabio, mientras que proferidas por un bufón resultan relajantes. La verdad lleva en sí misma el don de agradar con tal de que no ofenda, y los dioses sólo han concedido este don a los insensatos.
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