Mouseion es una palabra griega que designaba el santuario consagrado a las musas. Con el tiempo, en el helenismo, acabará asociándose a los lugares donde se recibe la inspiración, refiriéndose a un tipo particular de villa reservada para las charlas filosóficas.
El mouseion quiere recoger ese espíritu de encuentro y convertirse en un lugar de reflexión y crítica de las artes contemporáneas.

miércoles, 21 de agosto de 2013

La Isla de las Tres Sirenas (cuando la utopía se convierte en paraíso)

Qué amplio y desbordante es siempre el tema de la utopía. Bueno, tanto como se quiera, porque depende siempre del nivel de exigencia del autor. Lo que hoy nos ocupa es la supuesta sociedad idílica que propone Irving Wallace en su particular atolón, y el impacto que tiene esto en los visitantes occidentales protagonistas de la expedición que nos cuenta.

Como breve resumen para los lectores desprevenidos, La Isla de las Tres Sirenas [1964], de Irving Wallace trata sobre una etnóloga americana de cierta reputación, Maud Hayden, madre de un hijo también etnólogo y viuda en sus cincuenta, que recibe un buen día la carta de un personaje olvidado de su pasado, un ex arqueólogo convertido en comerciante con quien coincidió en un pretérito viaje a Tahití. En esta carta le habla de un lugar olvidado de la civilización durante siglos, y cuyo modo de vida parece insólito y casi perfecto, y desde luego, de muchísimo interés para la etnología. Se trata de un lugar donde las costumbres sexuales están liberadas de prejuicios, puritanismos, exigencias, traumas o complejos, y donde viven su sexualidad libre y desvergonzadamente. Además, convenientemente todos hablan bien inglés porque son la mezcla de la tribu polinesia original y la expedición de Daniel Wright en los albores del siglo XIX en busca de una vida lejos del puritanismo y la censura imperante que había sufrido en Inglaterra, y donde poner en práctica sus ideas revolucionarias, y, en cierto modo, adelantadas a su época sobre la sociedad ideal.  Haciendo una única excepción los habitantes, o más bien su jefe, Paoti Wright, permiten una expedición etnológica a Maud Hayden y el equipo que la acompañe, con la innegociable condición de que nunca se revele el secreto de su ubicación.
Así Maud Hayden se lleva a su hijo y a su nuera-secretaria, Claire, la gran protagonista del libro en realidad, y a otros siete personajes, cuyas historias tendrán también gran relevancia.

Vayamos por partes:
Como es de buena educación decir primero las bondades, hay que mencionar la excelente prosa y caracterización de los personajes, cuidadosamente escogidos en un amplio rango de edades y situaciones personales...

Las historias de todos ellos se intercalan, primero en su casa, en su ciudad y situación personal y en algunos dilemas a los que se tienen que enfrentar en su vida, dilemas creados directamente por nuestra sociedad y en general nuestro sistema de pensamiento. Todos se encuentran en algún tipo de encrucijada  moral, [aunque el lector ya puede empezar a sospechar por dónde van los tiros al ir revelándose que todos los problemas están directa o indirectamente relacionados con el sexo]. Así, podemos entender sus puntos de partida sin caer en una larga y aburrida presentación de personajes, porque en principio todos tienen una clara y diferente posición intelectual y emocional. Y este sistema narrativo, de historias intermitentes, continúa durante todo el relato, contando a tramos casi siempre bastante bien empalmados, el viaje, los pensamientos y experiencias de cada personaje. El lector sabe que este viaje al paraíso afectará de forma diferente pero igualmente decisiva a cada uno de los personajes, lo que constituye una promesa más que jugosa que se va desarrollando conforme avanzan las páginas.

En cuanto a los personajes, llama la atención que de diez expedicionarios, sólo hay tres hombres y el resto son mujeres. De hecho, las mujeres son las grandes protagonistas de la novela, las mujeres y su subordinación tradicional a los hombres, las mujeres y su instinto sexual o su aletargamiento, o sus necesidades insatisfechas. Las mujeres y su fortuna o desgracia en función de su físico, cosa que en las Tres Sirenas se promete diferente, o mejor dicho, indiferente.

Y con respecto a los hombres, a los que incluye sólo tres [protagonistas, más algún otro secundario], los presenta invariablemente como seductores misóginos o simplemente machistas arcaicos con lo que consideran suyo [es decir, sus mujeres o, más concretamente, el sexo de sus mujeres]. Los tres por tanto se quedan en una especie de estereotipo tricéfalo masculino, mientras las mujeres sí tienen más desarrollo individual y particular. Parece casi que Wallace trate de dar una lección magistral al hombre de las cavernas sobre el sentir de las mujeres. Hay que entender en este punto que la novela se publica a mediados de los años 60, en que la llamada liberación sexual de la mujer estaba en su apogeo, pero que presenta a unos personajes femeninos todavía muy dependientes de los hombres, probablemente para destacar aún más el contraste con la feliz y placentera vida de los isleños, ajenos a estos pesares.

Desde luego hay que reseñar también el paisaje idílico e irresistible que nos plantea. Un viaje directo a una utopía donde no hay prejuicios ni complejos, ni avaricia ni resentimiento.

La Utopía. Pero, la primera cuestión sobre la utopía es siempre la misma: ¿Cómo llegar y qué hay que dejar atrás para ello? Una de las primeras y elementales características de la Utopía es su inaccesibilidad, su aislamiento completo del "mundo exterior". Parece haber una idea intrínseca de que si todo el mundo tuviera acceso a la utopía, esta dejaría de serlo inmediatamente, pues quedaría corrompida y deformada hasta quedar irreconocible.

Por ello, cumpliendo con el cliché, debe ser un lugar especialmente remoto, olvidado de la civilización, y sólo algunos bienintencionados perseverantes pueden alcanzarla. Por eso, alejados del resto de la humanidad, estos viajes a la utopía suelen ser, en cierto sentido, viajes también en el tiempo, a un pasado algo primitivo y endulzado, en los que el sistema tiene tantas lagunas o debates no planteados como el autor quiera dejar de lado. En este caso, lo que convierte a Las Tres Sirenas en utopía es el sistema sexual. Cierto que hablar de ello es siempre polémico y a veces problemático, al menos en nuestra sociedad, como diría Tom Courtney, pero, ante una promesa tan amplia y rica, el lector se va decepcionando al pasar las páginas y descubrir que todos los problemas de los personajes y todas las soluciones que propone la utopía, se limita a un sistema de libertad sexual, simple y llanamente. En este sentido parecería casi un alegato de Freud sobre el efecto de los traumas y complejos sexuales en el comportamiento de las personas, olvidando conscientemente todos los demás aspectos de la existencia humana.

Y esto se revela en la segunda pregunta elemental que sobrevuela la utopía, a saber ¿cuál es el secreto de la felicidad? ¿Cuál la clave del éxito? ¿A qué precio? Wallace deja claro lo concerniente a la libertad sexual y la ausencia de complejos, en un lugar donde reina la naturalidad pero curiosamente todos son hermosos y hercúleos, y nos hace creer que simplemente una educación ligeramente diferente en cuanto a contenidos cambia completamente una sociedad en la que parece no haber problemas. Es muy cómodo plantear una utopía en la que nunca existen conflictos, más allá de los maritales, que se resumen en la necesidad de más o menos sexo.
Tanta liberación sexual por todas partes, pero convenientemente se niega la existencia de la homosexualidad.
¡Qué fácil una utopía en la que supuestamente no hay discriminación, si tampoco existe diferencia! ¿Cómo se van a tratar diferente si allí son todos bellos, bien dotados, heterosexuales y, además, conformistas?

Conformistas, sí, entre otros motivos porque son gobernados por un jefe, que toma las decisiones unilateralmente, y además hay una jerarquía para asuntos más delicados como el divorcio. El jefe dicta las normas y hace las veces de juez. Decide por todos en todo momento. Y a todo el mundo le parece bien esto. Es una suerte que el jefe nos sea presentado como una persona templada y sensata, magnánima y respetuosa con otras culturas y con todos los individuos bajo su yugo, que cumplen sus órdenes siempre complacientes; pero no nos cuenta qué pasaría si el jefe fuese otro personaje cualquiera, algo desquiciado o falto de algunas de esas cualidades, cosa que es más que probable en un régimen hereditario. Porque el régimen es hereditario. De hecho cuenta cómo en los orígenes de aquella sociedad mestiza el patriarca de los visitantes occidentales era partidario de un sistema más sensato y meritocrático: un triunvirato formado por personas educadas y testadas repetidamente hasta haber probado su preparación para ostentar semejante poder, al modo platónico, y cómo había desechado esa idea con ademán indiferente en favor del tradicional sistema hereditario. Divagación que, por cierto, apenas se menciona en un párrafo de las aproximadamente 400 páginas, según la edición.

Evidentemente, uno empieza a preguntarse ante qué clase de utopía se encuentra, si es que efectivamente lo es. Parece más bien una fábula o un cuento en que todos los habitantes del reino fueron felices y comieron perdices, vivieran en el régimen que vivieran. No hay lugar para la discusión. Se es feliz con lo que se tiene, no tanto en el plano material [que también], sino en el propio plano existencial.
Esta reflexión que sería probáblemente de más interés etnológico para la gran Maud Hayden queda silenciada en sus intereses y estudios, pasando sin ninguna relevancia por el argumento.

Pero lo peor está por venir. Es la propia Maud, la gran profesional, la jefa de la expedición, la que en un momento dado, y hablando comparativamente sobre los matrimonios occidentales y los de Las Tres Sirenas, quien sin previo aviso se aleja de los comportamientos sexuales [tema que, como se remarca en toda la novela está mucho mejor resuelto en la isla] y suelta una reflexión, que para más inri queda sin contestar, en apenas dos líneas y que no puedo dejar de transcribir, porque me parece reveladora de la auténtica infamia de esta supuesta sociedad ideal: "...Tengo también motivos para creer que aquí resuelven los problemas conyugales mucho mejor que en Norteamérica. Sencillamente, las mutuas relaciones están mucho más claras. Entre nosotros, no están claros los deberes y derechos respectivos de los cónyuges. En Las Sirenas, no existe confusión. El hombre es el cabeza de familia. Él es quien toma las decisiones. La mujer ocupa un lugar secundario en todas las situaciones sociales. Sólamente es alguien y tiene autoridad en la casa. Allí sabe que está su hogar, junto a su esposo. Sí, es todo más sencillo."

¿ES o NO ES para cabrearse?
Hayden suelta esta frase, tranquilamente, sin matizaciones posteriores, y ahí queda, medio olvidada entre el baturrillo de acontecimientos, revelándose en ella, sin paliativos, el plumero de Wallace. Esta es la verdadera respuesta, como decía, a la segunda cuestión de la utopía. ¿A qué precio? Para Wallace parece ser el precio de la conformidad ante la injusticia o la desigualdad.

Nos vendían un mundo donde las mujeres fueran felices independientemente de su belleza o edad, pero nos encontramos un mundo en que todas son extraordinariamente bellas y rejuvenecidas. Nos vendían un mundo donde los "hombres no han de demostrar constantemente su virilidad", pero sin embargo se enfrentan periódicamente a pruebas atléticas en busca del atractivo sexual. Nos vendían un mundo sin discriminación, pero nos encontramos un mundo en que no existe la diferencia ni tampoco la posibilidad de discrepar; nos vendían una utopía, y nos encontramos con un régimen totalitario, hereditario y patriarcal, pero en el que todos son felices simplemente por que no tienen limitaciones o tabús sexuales. Quizás, en este sentido, se parece más al concepto tradicional de paraíso que al de utopía.

Algunos me criticarán [no sin algo de razón] el centrarme en lo negativo y no en lo positivo. Me refiero en sentido literal, es decir, centrarme en lo que no está o en lo que falta más que lo que efectivamente está. Es cierto que hay una profunda reflexión sobre el sexo y todas las ideas muchas veces obsesivas que lo rodean en nuestra sociedad y en la posibilidad de un lugar donde se viviera la sexualidad libre y plácidamente. Pero, a decir verdad, es algo que más o menos cualquier lector comprende relativamente pronto en la lectura y que llegado a cierto punto empieza a hacerse redundante. De hecho, es justo en ese momento en que aparecen esos dos párrafos que hemos citado [en el que se niega la existencia de la homosexualidad, en la misma frase en la que se niega la existencia de violencia, abusos o abortos, ojo al dato; y el que he incluído aquí de Maud Hayden] que rompen bastante la visión idílica y que quizá se echa de menos una profundización en ellos que no llegará. En su lugar, llega un final a todas luces decepcionante.

La moraleja en prácticamente todos los casos es que al final todos claudican al matrimonio, al mismo tipo de matrimonio que les trajo desgracia por un motivo u otro en el pasado, algunos con visos todavía más absurdos, pero en todos casos sin una reflexión al respecto. Es como el lazo final, sin relación alguna con todo lo que han visto y vivido en la isla. Una breve y anecdótica lección moral en el mejor de los casos.

Aunque soy reticente a juzgar los libros por su final, porque soy consciente que es muy difícil entrontrar un final plenamente satisfactorio en la mayoría de los casos, por lo menos para mí y por ello considero un mal final lo más común, emocionándome notablemente cuando encuentro uno a la altura de las circunstancias; en este caso seré inflexible porque Wallace tenía muchas oportunidades para cerrar la historia [o las historias] de una forma mucho más resoluta e incluso magistral, pero las rechaza voluntariamente en pos de, como hemos dicho antes, la claudicación de todos ellos al final feliz tradicional que podría verse casi como una vuelta al comienzo. Quizá las seis semanas se les han quedado cortas a estos personajes y necesitaban algo más de tiempo. Pero, como suele ocurrir en estos viajes, uno nunca está preparado para el final, por mucho que supiera su llegada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario