Mouseion es una palabra griega que designaba el santuario consagrado a las musas. Con el tiempo, en el helenismo, acabará asociándose a los lugares donde se recibe la inspiración, refiriéndose a un tipo particular de villa reservada para las charlas filosóficas.
El mouseion quiere recoger ese espíritu de encuentro y convertirse en un lugar de reflexión y crítica de las artes contemporáneas.

lunes, 21 de marzo de 2016

Los Cantos del Abandono [Efraín Huerta]


PRIMER CANTO DE ABANDONO

I

Si mi voz fuese nube, ira o silencio
crecido con el llanto y el amor;
si fuese luz, o solamente ave
con las alas cargadas de tristeza;
si el silencio viniese, si la muerte...

¿Adónde ir con ella, iluminada
con fuego de gemidos y caricias
y gérmenes de mustias esperanzas?

Y una voz inhumana:
―Donde no existan lágrimas de odio
ni pantanos con rosas y claveles.

Mi voz en la saliva del olvido,
como pez en un agua de naufragio.


II

(Pero yo amo el abandono por violeta y callado.
Amo tu entrada al invierno sin mi cuerpo,
admiro tu fealdad de dalia negra dolorida,
adoro con ceguera tu pasión por la lluvia
y el encanto de tus narices frías,
amada razonable y sencilla).


III

Ya mi voz no suplica ni lastima

como la vieja música del mar
a los marinos tímidos y al cielo.
Si pudiera la haría tan suave
como fino suspiro de muchacha,
como brillo de dientes o poema.

Oh, voz del abandono sin sollozos:
oh, mi voz como luz desordenada,
como gladiola fúnebre.

Ella hace el canto primero del abandono
en lo alto de risibles templos,
en las manos vacías de millones de hombres,
en las habitaciones donde el deseo es lodo
y el desprecio un pan de cada noche.

Ella es mi propio secreto,
lo invisible de mí mismo: mi conducta
en la carne de los jardines, en el alma de las playas
cuando hacia ellas voy con las manos cantando.

Mi voz es el resumen de todos los insomnios:
mi adolescencia mediocre y sencilla
como una ceniza palpitante.

No lloraría por mi ternura finalmente enterrada
ni por un sueño herido sentiría fina tristeza,
pero sí por mi voz oculta para siempre,
mi voz como una perla abandonada.



SEGUNDO CANTO DE ABANDONO

Oigo ese rumor de olas en tu pecho lejano,
ese reír pajarero de tus manos
que una noche de frío y secos árboles
apretaron mis sienes temblorosas
y estrujaron mi corazón como plumas.

Distante, derribada por tu ausencia,
mi voz amarillenta, roturada,
mi despiadada voz de joven-joven:
vieja red de palabras y canciones.

Pero soy para ti, soy para siempre
un ignorado vicio, una solemne
y perfecta virtud de rosa fría,
una voz de cansada mariposa.
Soy una noche blanca moribunda,
voz de encono y ruptura,
voz de alba,
mustia y líquida voz del abandono.

Te he perdido sin lágrimas ni feas
lamentaciones a tus pies de cera,
sin burlas ni sollozos de difunto.

Te he perdido, aceptando esa larga
mirada de distante paloma,
mirada de camelia, ojos de ángel.

Te llamas como mi risa de hoy,
como las flores claras de las ventanas,
como una casa abandonada,
como debería llamarse el invierno,
joven, ausente, casta,
prodigio de tristeza.

¿Oyes mi reposado canto del abandono?
¿Sabías que voy al mar de vacaciones
por ver si las sirenas de las playas
venden finas y alegres pajaritas de espuma?
¿Sabías, adivinabas que mi voz,
en un tiempo tu reina, ha merecido
hacerse luz de fuego en el espectro?

Y si lo ignoras, bella,
joven de los estanques, 
mi bondad te disculpa,
mi voz desaparece
convertida en un río indiferente
como todos los ríos del planeta.



TERCER CANTO DE ABANDONO

Adorable, mi amante,
perdida con la lluvia, infinita,
presagio y canto, y carne del otoño,
manos de tierra, voz de ola y perfume.

Quizá no te recuerde justamente
(el mundo es enredado y respiramos
como peces cansados; nuestra memoria es
un niebla latente, pero niebla)
por distraído y lento como el humo,
sino en forma de agua mirando al horizonte,
o como limpio lirio, o nube a la deriva,
o creciente sollozo, o sencilla manzana.

Yo no sé. Yo ignoro las mañanas
y los atardeceres. Sólo conozco el alba
y parte de la noche, adorable de fuego,
herida prolongada, joven mía.

Quizá, también, nos haga
mucho daño el recuerdo
cuando es perfecto y puro,
consistente, visual y secamente frío.

Pero en cambio, querida, puedes oír sonriendo
el vacío de mis brazos y la solemne furia
de mis uñas calladas y creciendo; mi voz.

Con la primera lluvia, diosa de las palomas,
hermana parcial de las campanas,
abandonaste el sueño, la blanca embarcación
que nos llevó semanas y murmullos
por tibios ríos de cauce sudoroso,
por limitados mares de cinismo
y océanos inefables de ternura, mi dulce,
mi joven enemiga, mi sirena de carne.

¿Qué haces ahí, de luz o pensamiento,
cuando canto tu fuga o verdadera muerte?
Ven a que te distraiga, golondrina, 
con mi alegría constante. Ya la niebla se va,
solitaria y vencida. Y quedamos nosotros, 
victoriosos, con alas y deseos
y dientes y locura.

La consigna del alba no existe
cuando hay dos pechos juntos
y sábanas llorando de fatiga.



CUARTO CANTO DE ABANDONO

Estoy muriendo solo de veloces venenos
mezclados con un llanto perfecto de agonía.
Estoy con las heridas claras del abandono
y el repetido canto burlón de la ceniza.
Estoy bañado en tristes, crueles desesperanzas,
cual brillo desmayado de virtud en derrota.
Estoy con una mano señalando la aurora
y el corazón cansado de su tímida sangre.
Estoy como gritando por el frío y la pena,
siendo nomás un leve pétalo de violeta.
Estoy nadando en brumas, crucificado en la
deshecha adolescencia que viví sin saberlo.
Estoy en lo que dicen las ventanas abiertas:
palabras, desconsuelo, doméstica lujuria.

Estoy cargado de odio y bien encarcelado
por aniquilamientos, abandonos y noches.
Estoy, secos los labios, interrogando a nadie
por mi destino idéntico a bandera raída.
Estoy sólidamente pegado a la tristeza
y en trance melancólico de no poder llorar
por tu ausencia de estrella, maravillosa mía,
por tu voz infinita como sudor que brota
cuando somos campanas en desorden y besos,
por tu fina traición a las lluviosas tardes
en que comíamos uvas y redondos granizos.

Estoy muriendo solo de veloces venenos
mezclados con un llanto perfecto de agonía.
Estoy chorreando lenta, penosísima angustia,
como ahogado que mide el espesor del mar.

Estoy en el confuso día sin equilibrio
y caen las mariposas como perfume seco.
Estoy con ese húmedo destello de la muerte
con fuerza que es latido de párpados calientes.

Estoy sin juventud, dolido, inexplicable
como fiebre en el mármol o rosa desteñida,
con las manos abiertas a la dicha del mundo
y una quietud mortal en el alma quemada.

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