Es curioso cómo a veces las obras más antiguas pueden ser mucho más modernas de lo que cabría esperar. Hoy quería compartir una pequeña reflexión sobre el tratamiento que se le da a las mujeres en la Odisea. Baste apuntar que esta obra, una de las fundacionales de la literatura occidental junto a la Ilíada ―aunque muy diferente de esta, y posterior―, es, como se sabe, una recopilación de cuentos populares con un mismo protagonista, cuya personalidad está muy bien perfilada y sorprende porque los valores que maneja son radicalmente distintos de los protagonistas de la Ilíada. Odiseo es un tipo al que le importa bastante poco el honor, ni siquiera las apariencias. Se jacta de engañar y servirse de astucias para vencer, durante toda la obra se refieren a él como «Odiseo, rico en ardides» «el muy astuto Odiseo», y epítetos por el estilo y él mismo se presenta ante Alcínoo, el rey de los feacios, de esta manera: «Soy Odiseo, hijo de Laertes, el que está en boca de todos los hombres por toda clase de trampas».
Bien, a pesar de no tener ninguna consideración por el honor o cualquiera otra de las virtudes, vemos sorprendidos cómo los dioses (todos salvo Posidon) apoyan y tratan de ayudar a Odiseo, al que llaman también «el destructor de ciudades». Es tan clara la arbitrariedad del juicio de los dioses que una empieza a preguntarse desde el principio si no será todo esto una crítica velada a esa supuesta justicia divina. Que lo es. Odiseo es el antihéroe desde el principio, no se logra explicar por qué los dioses lo defienden. En fin, la cuestión es que al principio del todo, los dioses (después de una argumentación de Atenea bastante delirante, especialmente para ser la diosa de la justicia) deciden que Odiseo no merece el castigo que tiene, ya que estar en una isla paradisíaca con un una ninfa que lo ama y lo cuida y le ofrece la inmortalidad es un castigo demasiado severo para él, que ha engañado, contravenido los designios divinos, atacado y herido al hijo de un dios y en definitiva matado a un montón de gente inocente. En la isla donde Odiseo es tan desgraciado se dice literalmente que había, entre otras cosas, una viña tupida que abundaba en uvas y cuatro fuentes de agua clara que corrían cada una hacia un lado. Saquen sus propias conclusiones.
Y es aquí, al comienzo de las aventuras de Odiseo, donde vemos las primeras muestras de desconfianza hacia las mujeres, que no serán pocas. El mismo Hermes, mensajero de los dioses, que va a darle la noticia a Calipso de que Odiseo debe partir, parece algo suspicaz cuando le da el mandato de Zeus. Y el propio Odiseo desconfía de ella pensando que trama algún tipo de venganza contra él por abandonarla, cuando la ninfa no ha hecho más que recibirle, cuidarle y ofrecerle todo cuanto tiene, incluida la inmortalidad. Todos dan por hecho que ella le echará algún tipo de maleficio por despecho, y lo que ella hace sin embargo es no solo ayudarle a construir el barco, sino que además le da provisiones, le indica el camino y le envía un viento propicio. Lo único que hace es quejarse del machismo de los dioses en su primer y prácticamente único discurso:
CALIPSO: Sois crueles, dioses, y envidiosos más que nadie, ya que os irritáis contra las diosas que duermen abiertamente con un hombre si lo han hecho su amante. Así, cuando Eos, de rosados dedos, arrebató a Orión, os irritasteis los dioses que vivís con facilidad [...] Así ahora os irritáis contra mí, dioses, porque está conmigo un mortal. Yo lo salvé, que Zeus le destrozó la rápida nave arrojándole el brillante rayo en medio del ponto rojo como el vino. Allí murieron todos sus nobles compañeros, pero a él el viento y las olas lo acercaron aquí. Yo lo traté como amigo y lo alimenté y le prometí hacerlo inmortal y sin vejez para siempre. Pero puesto que no es posible a ningún dios rebasar ni dejar sin cumplir la voluntad de Zeus, el que lleva la égida, que se vaya por el mar estéril si aquél lo impulsa y se lo manda. Mas yo no lo despediré de cualquier manera, pues no tiene naves provistas de remos ni compañeros que lo acompañen sobre el ancho lomo del mar. Sin embargo, le aconsejaré benévola y nada le ocultaré para que llegue a su tierra sano y salvo.
Desde luego parecería un discurso bastante revolucionario para estar escrito en el siglo VIII a. C. No sólo se queja ante los dioses sino que además defiende que una mujer pueda disfrutar del amor y del sexo fuera del matrimonio, y además rechaza la idea de que por haberlo amado iba ahora a dejarse llevar por sentimientos como el rencor y el odio, lo que, como sabemos, no resistiría una comparación con algunas obras posteriores, incluso actuales, en cuanto a personajes femeninos se refiere.
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Estatua de Calipso en Ceuta, foto de Vardulia |
Por supuesto las sospechas de Odiseo son completamente infundadas, pero ya sabemos que la partida de la isla de Calipso no es el principio de la historia, sino más bien el final. Es decir, mucho más infundadas son sus sospechas cuando, precisamente a lo largo de todo el periplo que le llevó hasta esa isla, han sido las mujeres las que le han salvado el pellejo en multitud de ocasiones. En realidad, durante toda la obra y siempre desinteresadamente.
Odiseo desembarca en un buen número de islas distintas durante toda la Odisea encontrando siempre habitantes muy distintos en cada una de ellas. Si nos fijamos bien, en todas las islas en las que el primer personaje que se encuentra es un hombre (o un gigante, o un dios), al final sale escaldado de esa isla, huyendo y temiendo por su vida, aunque muchas veces de forma descarada porque ya sabemos que la vergüenza no está entre las virtudes de Odiseo. La única excepción sería Eolo, cuya isla abandona en buenos términos la primera vez, no tanto la segunda. Sin embargo, si el primer personaje que encuentra en la isla es una mujer o una niña, al final conseguirá lo que quiere y no solo eso, sino que se irá cargado de provisiones y buenos augurios. Y sin embargo, su desconfianza sigue estando focalizada en las mujeres, que, además de esto, le salvan la vida varias veces cuando está en el mar a punto de ahogarse. Esta desconfianza llega a ser tan absurda y tan contraria a lo que vemos que luego pasa, que una llega a pensar que es un alegato en contra de esa misma mentalidad, esa absurda idea que Odiseo mantiene durante toda la obra aunque la historia le va demostrando lo contrario sistemáticamente. Deja ese machismo como algo absurdo, algo que no deja de sorprender en una obra tan antigua.
Y luego tenemos el personaje de Circe. Circe es una hechicera que vive tranquilamente en su isla sin que nadie la moleste. Bueno, no exactamente, van algunos hombres y mujeres para expiarse después de haber ofendido a los dioses, como es el caso de Jasón y Medea, que acuden a ella después de haber matado al hermano de Medea en su huida. En fin, que en otras obras antiguas aparece Circe también como una especie de mediadora entre los dioses y los mortales y ahí está ella haciendo sus hechizos de vez en cuando. Entonces llega Odiseo y sus amigotes a la isla, y por vez primera se dividen en dos grupos y Odiseo no encabeza el grupo expedicionario, sino que se queda junto a su embarcación. Van los compañeros y cuando encuentran el palacio de Circe, entran en el pórtico y la empiezan a llamar a gritos. Yo no sé si esa es la forma de entrar en un palacio de una hechicera, especialmente si no te han invitado, pero parece evidente que no le sentó muy bien. Los invita a entrar y los hechiza, convirtiéndolos en cerdos. Supongo que alguien habrá escrito ya acerca de este complejo y casi indescifrable simbolismo de convertir en cerdos a unos señores, que por lo que sabemos de ellos tienen bastante pinta de ser unos energúmenos, que aparecen en el palacio de una linda mujer con sus voces dispuestos a darse un banquete sin más mediación.
Y entonces ocurre algo bastante curioso, por no decir otra cosa. Uno de los compañeros consigue escapar y va corriendo a contarle a Odiseo lo que ha pasado. Odiseo, por supuesto, deja a los demás en el barco y se manda él solo al rescate. Recordemos que en el palacio de Circe hay lobos y leones y que Odiseo es comparado en multitud de ocasiones, especialmente cuando está en un entorno de mujeres, con un «león montaraz». Y sin embargo le sale Hermes al encuentro para ayudarle. A estas alturas del relato los dioses ya ni se molestan en disimular que van con Odiseo a pesar de todas las barbaridades que ha cometido. Le da una pócima para que los hechizos de Circe queden sin efecto y le dice que la amenace con su espada. Y entonces ella le invitará a su lecho, por miedo a que la mate. Es decir, se van a acostar los dos solo por miedo a ser asesinados por el otro. Y él debe asegurarse de que Circe no le hechice para que en el momento de la verdad no le haga «cobarde ni poco hombre cuando te hayas desnudado». Es que te tienes que reír. Pero luego dejas de reírte: ¿Por qué iba a querer Circe hacerlo poco hombre y cobarde en la cama si no se trata de una violación?
Y sorprendentemente, después de este episodio extraño, después de haberse acostado con Circe, ella accede a liberar a sus compañeros y sin embargo ellos no se marchan, sino que, por algún motivo, se quedan de banquete en banquete, dándose la vida padre y por supuesto Odiseo teniendo un romance con Circe. Y así se tiran un año de fiesta (recordemos lo triste que estaba Odiseo por volver a su hogar) hasta que son sus propios compañeros los que le insisten en volver a navegar para emprender el regreso. Y una vez más, Circe no solo lo deja marchar, sino que le indica el camino que debe hacer para expiarse, que incluye una paradita en el infierno, y todo lo que debe hacer para salir indemne.
Por supuesto, no podemos obviar el célebre episodio de las sirenas. Sí, las sirenas, esos seres femeninos o feminizados que hechizan a los marineros con su voz melodiosa, nadie sabe muy bien para qué. Lo que Circe le avisa sobre ellas es que «Quien acerca su nave sin
saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y
tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo
hechizan estas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran
montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca». En ningún momento se dice que las sirenas sean asesinas o malvadas, simplemente que quien las escucha no quiere ya volver nunca más. Desde luego con ese argumento dan muchas ganas de escucharlas. Y, efectivamente, Odiseo pide que le aten al mástil para poder hacerlo. Y cuál es nuestra sorpresa al saber lo que dicen:
«Vamos, famoso Odiseo, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas, sino que ha regresado después de gozar con ella y saber más cosas. Pues sabemos todo cuanto los argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses. Sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda».
Sorprendentemente, las sirenas no tratan de embaucarlo con placeres, ni hacerle grandes ofrecimientos, ni adularlo. Lo que tienen las sirenas que es tan irresistible es su conocimiento, su saber de todo cuanto ocurre. Es el conocimiento la perdición de los hombres, no la lujuria ni el amor. ¿Y si dicen la verdad? Quizás la elección no es entre la vida y la muerte sino entre la ignorancia y el saber. Y esto se me parece demasiado a la fábula del pecado original, y la tentadora manzana que colgaba precisamente del árbol del conocimiento del paraíso de las tres grandes religiones monoteístas y la Eva culpada por ello para toda la eternidad. Pero eso es otro tema. En fin, que me parece que al final las sirenas tampoco eran tan malas como las pintaban. Quizá simplemente sabían demasiado.
Pero volvamos al resto de mujeres que directamente le salvan la vida a Odiseo en tantas ocasiones. Para empezar la figura femenina que hace todo lo posible, y lo imposible, por ayudarlo, sería Atenea. Dejémosla a ella en el Olimpo. También está Ino Leucotea, una ninfa o diosa del mar, según la versión, que le salva de ser ahogado sin motivo aparente. Por supuesto también Nausícaa y su madre, Arete, a quienes él va directo a rogar ayuda con el método infalible del amontonamiento de piropos. Finalmente, cuando llega a Ítaca, su vida también depende de la esclava que no lo delata. Por no contar a Calipso y Circe, sin cuya ayuda Odiseo nunca hubiera podido volver. Que me perdonen si me olvido de alguna.
Y por supuesto tenemos a Penélope. La buena y casta y casi santa Penélope, que espera a Odiseo incluso cuando ya está convencida de que está muerto, lo espera durante veinte años de castidad en los que además sufre el acoso perpetuo de esos famosos pretendientes que básicamente la tienen secuestrada en su casa. Esos maleducados aristócratas que se presentan día tras día en su palacio como otrora hicieran los compañeros de Odiseo en el palacio de Circe. Y casi al igual que ella, Penélope también trama un engaño ―esta vez sin drogas de por medio― para evitar tener que volver a casarse, cosa que, diez años después de terminada la guerra a la que se fue Odiseo y en los que él no ha dado señales de vida y básicamente ha estado por ahí viviendo aventuras, desafiando monstruos y dioses, saqueando, pegándose grandes festines y teniendo relaciones amorosas, incluso se dice que un par de hijos por ahí, hubiera sido más que razonable que Penélope siguiera con su vida. Pero no. Ella se mantiene fiel y casta y prácticamente muerta en vida. Todo lo que hace es coser y descoser. Engañando a los pretendientes en lugar de rechazarlos abiertamente, mintiendo y haciendo trampas, al modo de su marido. Y todavía Odiseo desconfía de ella y por eso la engaña como a los demás a su regreso. No importan las pruebas que ella haya dado de fidelidad con el supuesto muerto. Ella es en realidad la gran sufridora de la Odisea.
Merece la pena, para ir terminando, transcribir el breve diálogo que mantiene Odiseo con Agamenón en el Hades a este respecto. Agamenón es traicionado por su mujer Clitemnestra y asesinado por ella y su amante al volver a casa de la guerra. (En el relato se omite la parte de la historia en que Agamenón había engañado previamente a su mujer para que enviase a la hija de ambos para casarla con Aquiles, cuando en realidad iba a ser sacrificada en un altar a Artemisa para poder avanzar en la guerra, cosa que ya de por sí justificaría sobradamente la venganza de Clitemnestra, en mi humilde opinión. Pero es que además de matar a su hija y haberle sido infiel reiteradamente, se había traído una esclava concubina de regalo). Es una de esas historias que van circulando durante toda la Odisea y que se usa como referente para la historia principal («pobre Agamenón que ha sido asesinado por su malvada esposa») y que por supuesto justificaría la misoginia de Odiseo que, como hemos visto, en el resto de la obra se ridiculiza a fuerza de personajes femeninos valientes, ejemplares y siempre generosos y bienintencionados. Pero la conversación que tienen los dos reyes es la siguiente:
AGAMENÓN: (Después de explicar cómo fue asesinado por su Clitemnestra)... ¡Y yo que creía que iba a ser bien recibido por mis hijos y esclavos al llegar a casa! Pero ella, al concebir tamaña maldad, se bañó en la infamia y la ha derramado sobre todas las hembras venideras, incluso sobre las que sean de buen obrar».
Así habló, y yo me dirigí a él contestándole:
«¡Ay, ay, mucho odia Zeus, el que ve a lo ancho, a la raza de Atreo por causa de las decisiones de sus mujeres, desde el principio! Por causa de Helena perecimos muchos, y a ti, Clitemnestra te ha preparado una trampa mientras estabas lejos».
Así dije, y él, respondiéndome, se dirigió a mí:
«Por eso ya nunca seas ingenuo con una mujer, ni le reveles todas tus intenciones, las que tú te sepas bien, mas dile una cosa y que la otra permanezca oculta. Aunque tú no, Odiseo, tú no tendrás la perdición por causa de una mujer. Muy prudente es y concibe en su mente buenas decisiones la hija de Icario; la prudente Penélope. Era una joven recién casada cuando la dejamos al marchar a la guerra y tenía en su seno un hijo inocente que debe sentarse ya entre el número de los hombres; ¡feliz él! Su padre lo verá al llegar y él abrazará a su padre ―esta es la costumbre―, pero mi esposa no me permitió siquiera saturar mis ojos con la vista de mi hijo, pues me mató antes. Te voy a decir otra cosa que has de poner en tu pecho: dirige la nave a tu tierra patria a ocultas y no abiertamente, pues ya no puede haber fe en las mujeres».
La contradicción entre la historia que vive Odiseo y su propio pensamiento es tan clara que una podría pensar que simplemente Homero, si es que existió, o quien/es se agruparan bajo ese nombre, trata de poner esa misoginia en ridículo, de hacer ver lo equivocado que está, de tan machista se vuelve irónico. Como cuando piensas que cualquier obra escrita con anterioridad a la época actual será mucho más machista ―y más, cuanto más antigua―, y a fuerza de leer te vas dando cuenta de que no es así.
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